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1º. De diciembre.
He
escrito esta semana unas treinta páginas de mi libro; todo lo que he escrito
hasta ahora de él sido a vuela pluma (es así como debe escribirse este libro), pero no sé adónde voy e
temo verme detenido antes de mucho.
He
terminado el primer volumen de El idiota,
mi admiración ya no es tan viva. Los personajes hacen demasiadas muecas y
coinciden, si puede dicirse así, com demasiada facilidad; han perdido para mí
buena parte de su mistério; casi diria que los comprendo demasiado bien, es
dicir, que comprendo demasiado bien el partido que Dostoievsky quiere sacar de
ellos. Hay em este libro pasajes incomparables y de uma enseñanza
extraordinaria; finalmente, ciertos personajes están maravillosamente logrados;
mejor dicho, pues todos los retratos son admirables, ciertas frases de los
personajes, especialmente las del general Ivolguine y de la generala
Epantchine. Pero mi impresión se confirma; prefiero Los poseídos a Los Karamazov;
y hasta el mismo Adolescente, para no
hablar de algunos relatos breves. Pero creo que El idiota está especialmente hecho para que guste a la juventud y,
entre todas las novelas de Dostoievsky, yo recomendaría a los jóvenes que
leyeran ésta em primer término.
He
vuelto al piano; me asombro de que toque ahora com tanta facilidad las Sonatas de Beethoven, por lo menos
aquellas que me habían costado em outro tiempo mucho trabajo y había
abandonado. Pero su emoción me deja extenuado y lo que hoy más me satisface es
Bach y tal vez, sobre todo, su Kunst der
Fugue, del que no me canso nunca. Es algo que apenas tiene nada de humano;
no evoca ya el sentimento o la pasión, sino la adoración. ¡ Qué calma! ¡Qué
aceptación de todo lo que es superior al hombre!¡ Qué desdén por la carne!¡ Qué
paz! (André Gide, Diário, ano 1921, p. 615)